Capítulo 21: Rozando el cielo.

Es cortito pero espero que les guste. Lo dedico a todos mis amigos.


Estaba cabreado y aún más cuando el estúpido ese nos había cortado. Aguanté todas mis ganas de no aplastarlo allí mismo. Anaís se fue con Elena y Stefan, yo por supuesto los seguí. Llegamos y se sentaron alrededor del fuego a tierra, estaban todos menos Caroline. Me senté en el alféizar de la ventana mirando hacia afuera.
-Pensabamos que estabas... -comenzó Elena.
-Muerta. -Contestó Anaís serena. Se produjo un silencio incómodo.
-Gracias a Jason, no lo estoy. -dijo en un hilo de voz. Me giré furioso para ver al tal Jason. Alaric comenzó a hablar.
-Jason es mi sobrino, él caza vampiros. -Jason lo miró sorprendido. -Tranquilo ellos saben de su existencia. -Jason asentió.
-Estaba a punto de abusar de ella cuando llegué por suerte. Llevaba el vestido roto. -Observé a Jason detenidamente cuando pronunció las palabras. Cada vez me ponía más furioso. Quien se atrevía a abusar de ella. Se me escapó un gruñido y todos voltearon a verme.
-¿Y donde está ese desgraciado? -pregunté con voz ronca a Jason.
-Se escapó. -contestó Anaís. Sin pensarlo fui hacia ellos. Agarré a Jason por el cuello y lo taladré con la mirada. Él intentaba deshacerse de mis manos.
-¡Cómo lo dejaste escapar!
Sentía como los ojos se me oscurecían y los colmillos afloraban. Stefan y Alaric me sujetaban. Tan solo bastó con ver la cara de súplica de Anaís para que soltara a Jason. Y me fuí.

Cuando salí de la puerta me convertí en cuervo y volé por Fell's Church intentando contener mi rabia. Quería matar a aquel vampiro desgraciado, pero algo me impedía irme de allí y dejarla nuevamente. Nadie volvería a tocarla sin pasar por encima de mi cadáver.
A medianoche volví hacia la casa de huéspedes atravesando el bosque. Y allí estaba ella. En un claro, con su kimono practicando artes marciales, sonreí. Me paré en una rama observando sus movimientos de cerca. Lo hacía realmente bien. Saltó dando una patada y me vio. Me observó curiosa. Se acercó lentamente a mí.
-¡Lárgate pájaro, no me gustan los cuervos! -hizo un movimiento con el brazo para ahuyentarme. Volé y me puse detrás de ella, ahora en mi forma humana. No se movió.
Alargué la mano para tocarla y se giró rápidamente bloqueándome. Me observó.
-¿Qué haces aquí? -me soltó.
-Observando tus nuevas habilidades. -sonreí.
-Déjame sola, necesito practicar. -contestó dándome la espalda.
-¿Para qué? -insté.
-Para matar vampiros. -me vio directamente a los ojos. Cambié de tema.
-¿Asi que no te gustan los cuervos? Gracias a uno estáis vivos tú y tu noviecito.
Se le desencajó la cara.
-Eras tú...- susurró con la mirada perdida. Asentí.
-¿Por que no me dijiste nada? - desviaba su mirada.
-Estabas bien acompañada. -busqué sus ojos pero no me miraba.
-Yo pensaba que te había...-dudó un instante. - que no volvería a verte más.
Al fin descubrí porque apartaba su mirada, sus ojos estaban llenos de lágrimas. Se me estrujó el corazón. Me acerqué lentamente a ella. Odiaba ver esos ojos así, odiaba verla sufrir.
-Estoy aquí. -le susurré.
Me miró a los ojos y apartó la cara de mi mano. Se limpió las lágrimas.
-Ahora no soy tan débil Damon. Sigo con mi collar de verbena, no puedes manipularme. Y ahora ya se defenderme ante a un vampiro. Ya no vas a jugar más conmigo. -la miré funciendo el ceño. -Ya te conozco, escuché tu conversación con Elena. -Hizo una mueca parecida a una sonrisa. - Eres cruel, pero no voy a luchar contigo si tú me respetas.
Tragué saliba ante sus palabras. Lo reconocía, realmente era cruel y había dicho cosas a Elena que no debía. Pero nunca quise jugar con ella, no. Con ella no.
Me acerqué a ella y la cogí por los brazos. Se deshizo de mi agarre con mucha facilidad y me golpeó, caí de rodillas al suelo, atónito. Percibí como se alejaba de mí. Me levanté sereno y me materialicé agarrándola esta vez más fuerte y chocándo contra un árbol. Gemió.
-¡Suéltame! Me lastimas. -gritó. Sonreí.
-No te estoy haciendo daño. -le susurré en el oido. Tembló.
-Damon por favor, no me gusta lo que estás haciendo. -intentó empujarme, pero la tenía acorralada.
-Así que no te gusta.
Me acerqué lentamente a sus rojos labios. Deseando probarlos una vez más. Rocé suavemente su fina piel. Suspiró. Su corazón latía fuertemente y el mío estaba a punto de explotar. Sus labios eran cálidos y suaves. Entreabrió la boca, dándome paso a jugar con su lengua. Cada centímetro de mí boca vibraba de placer. Me mordió el labio y me enloqueció. La agarré fuertemente por la cintura, pegando su cuerpo contra el mía. Quería sentir su piel desnuda sobre la mía. Enlazó sus manos en mi cabeza, acercándome más a ella si aun era posible. La ropa me molestaba e intenté zafarme de mi chupa sin dejar de besarla. Sin saber cuando comenzamos a jadear, la respiración nos faltaba, pero no podía separarme ni un milímetro de ella. Me excitaba cada vez más y sentía sus pezones endurecidos debajo de su ropa. Me separé finalmente para saborear su exquisita piel. Besé su mandíbula y cuello. La piel se le erizó. Por cada beso que le daba, a ella se le escapaba un suspiro con mi nombre. Aquello era el cielo, pero yo estaba condenado a nunca pisarlo.
Un fuerte golpe me separó de ella haciéndome chocar con el árbol de enfrente. Levanté la vista.
-Mi amor, ¿me echaste de menos?
Una vampira rubia cogía a Anaís por el cuello.